Texto Bíblico Evangelio Mateo (5,1-12):
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron
grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?»
Él le dijo: «”Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu
ser.” Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás
a tu prójimo como a ti mismo.” Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los
profetas.»
Comentario de José A. Pagola
No es difícil dibujar el perfil de una persona feliz en la sociedad que conoció Jesús. Se trataría de un varón adulto y de buena salud, casado con una mujer honesta y fecunda, con hijos varones y unas tierras ricas, observante de la religión y respetado en su pueblo.
¿Qué más se podía pedir?
Ciertamente no era este el ideal que animaba a Jesús. Sin esposa ni hijos, sin tierras ni bienes, recorriendo Galilea como un vagabundo, su vida no respondía a ningún tipo de felicidad convencional. Su manera de vivir era provocativa. Si era feliz, lo era de manera contracultural, a contrapelo de lo establecido.
En realidad, no pensaba mucho en su felicidad. Su vida giraba más bien en torno a un proyecto que le entusiasmaba y le hacía vivir intensamente. Lo llamaba «Reino de Dios».
Al parecer, era feliz cuando podía hacer felices a otros. Se sentía bien devolviendo a la gente la salud y la dignidad que se les había arrebatado injustamente.
No buscaba su propio interés. Vivía creando nuevas condiciones de felicidad para todos.
No sabía ser feliz sin incluir a los otros. A todos proponía criterios nuevos, más libres y radicales, para hacer un mundo más digno y dichoso.
Creía en un «Dios feliz», el Dios creador que mira a todas sus criaturas con amor entrañable, el Dios amigo de la vida y no de la muerte, más atento al sufrimiento de las gentes que a sus pecados.
Desde la fe en ese Dios rompía los esquemas religiosos y sociales. No predicaba: «Felices
los justos y piadosos, porque recibirán el premio de Dios». No decía: «Felices los ricos y
poderosos, porque cuentan con su bendición». Su grito era desconcertante para todos:
«Felices los pobres, porque Dios será su felicidad».
La invitación de Jesús viene a decir así: «No busquéis la felicidad en la satisfacción de vuestros intereses ni en la práctica interesada de vuestra religión. Sed felices trabajando de manera fiel y paciente por un mundo más feliz para todos».
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