martes, 8 de diciembre de 2020

CUENTOS DE NAVIDAD

Cuentos de Navidad

Los Reyes Magos, según mis padres


 Mi padre, que quería hacerse perdonar después de no sé qué lío con su secretaria, nos invitó a toda la familia, durante las vacaciones de Semana Santa, a hacer un viaje por Egipto, donde visitamos, entre otras maravillas, las pirámides de Giza, el Valle de los Reyes y la necrópolis de Dahshur.

Y eso fue un error por su parte, enseñarnos Egipto (mi madre diría que también lo del dichoso lío con la secretaria), porque allí descubrimos en toda su dimensión a los impresionantes camellos (llegamos a montar en un par de ellos). Así que después de ver tan cerca a estos mamíferos, a los cuales, por cierto, ya habíamos estudiado en el cole, me resultó de lo más sospechoso que mis padres nos alentaran en la noche del 5 de enero a mi hermana Rosa y a mí a que nos acostáramos pronto en previsión de que el rey Baltasar nos iba a visitar de madrugada, a lomos de su camello, para dejarnos valiosos regalos traídos desde Oriente.

A mi hermana, que solo tenía cuatro años, le hizo mucha ilusión la noticia, pero a mis nueve años ya había cosas que me costaba creer. Así que me dormí sin concederle demasiada importancia al asunto. Al levantarnos íbamos a tener regalos en el comedor. Estupendo, pues. No era relevante quién se iba a encargar de traerlos, y menos aún si venían de Oriente o de algún centro comercial...

Pero no iba a ser tan sencillo: en plena madrugada unos gritos atronadores que procedían del vestíbulo nos despertaron a mi hermana y a mí. Resulta que el camello se había quedado atascado en el quicio de la puerta y tanto él como el rey Baltasar no dejaban de soltar alaridos, con el consiguiente cabreo del resto de los vecinos, que subieron muy enfadados hasta nuestro piso para saber qué demonios estaba ocurriendo.

Y así estuvimos, durante al menos un par de horas, completamente desquiciados, con los bomberos tratando de desatascar al sufrido animal bajo la atenta mirada de un grupo numeroso de curiosos que no paraban de hacer preguntas. Mi madre, tan servicial, se mostraba apenada de que nuestros visitantes ni siquiera hubieran podido degustar la mandarina, el turrón y el vaso de leche que había dejado para ellos en la mesita del salón. Por otra parte, un agente de Inmigración le preguntó de malos modos al rey Baltasar si tenía los papeles, y otro del SEPRONA no paraba de pedirle las vacunas del camello y el chip de identificación. “¿O es que se cree que uno puede desplazarse en camello sin tener todos los trámites en regla?”.

Y como todos discutían por detalles nimios, pero nadie se extrañó de que un rey negro venido de Oriente y un camello de notables dimensiones tratasen de colarse en plena madrugada en un decimotercer piso del madrileño barrio de Chamberí, llegué a la conclusión de que no tenía sentido que yo fuera tan escéptico con las narraciones familiares. Decidí que a partir de ese momento confiaría más en lo que me contasen mis padres, pues no eran tan fabuladores como yo había pensado, y de paso me comprometí a transmitirle a Rosa ese espíritu navideño alimentado por la inocencia.

Tanto es así, que durante algún tiempo mi pequeña hermana siguió creyendo que los Reyes Magos proceden de Oriente, los niños vienen de París, y mi padre y la secretaria tan solo eran buenos amigos.

                                                                             Francisco Rodríguez Criado


Cuento de Navidad

Navidad en familia  (Relato corto de Rafael Escobar de Andreis)

Se esperaba una gran fiesta, la brisa de diciembre así lo presagiaba. Era Navidad, fecha escogida por los familiares para visitar a sus viejitos en el ancianato.

Sofía combinaba sus labores de enfermera con las del engalanamiento del lugar. Distribuyó bombas multicolores, atravesó serpentinas y por último puso dos cremosas tortas sobre la mesa principal. Pero también acicalaba a los anfitriones: limpiaba unos mocos, apaciguaba unos pelos sobre una calva, enjugaba babas, colocaba pañales para evitar sorpresas incómodas y repartía pócimas para calmar persistentes espasmos de tos.

Algunos familiares llegaron tarde, como a veces sus mensualidades, pero terminaron por cumplir a pesar de las congestiones del último mes del año. Era el encuentro de padres con hijos, nietos y abuelos, sobrinos con tíos, hermanos y hasta alguna esposa o esposo con su antigua cónyuge.

A las cinco de la tarde cada anciano estaba rodeado por su grupo familiar, recién bañado, recién peinado y con traje limpio. Algunos ancianos solo balbuceaban, otros no oían, otros consentían en que les mantuvieran quieto el miembro que temblaba.

Doña Bárbara, la dueña del Hogar, rompió la monotonía:

Sofía, llegó la hora de las tortas, recuerda que a la derecha está la de los abuelitos, por favor no te confundas, es la primera que se reparte para que los demás nos ayuden.

Los viejitos comieron con sus apetitos de pájaro y diez minutos después cayeron en un profundo sueño, demasiado profundo para ser natural.

Ahora sí, Sofía, reparta la torta a los demás.

Mientras estos comían con avidez y los durmientes eran llevados a sus habitaciones, fueron llegando las notas de una música festiva.


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