Este año en la Iglesia celebramos “el Año de la fe”. Como parte de ella, se nos invita a profundizar en el Catecismo de la Iglesia, que dice: “La regulación de la economía únicamente por la ley de mercado quebranta la justicia social, porque «existen numerosas necesidades humanas que no pueden ser satisfechas por el mercado». Es preciso promover una regulación razonable del mercado y de las iniciativas económicas, según una justa jerarquía de valores y con vistas al bien común” (CIC, 2425).
No está sucediendo nada que no se supiera que iba a ocurrir pero que nadie quería enfrentar. La sociedad de consumo y del crecimiento implacable está dañada, dolorida, herida… haciendo aguas. Y no olvidemos que esa sociedad de consumo se ha sustentado, y pretende seguir en ello, en las riquezas de países que, no hace mucho, se denominaban Tercer Mundo. ¿Cómo se les llama ahora?
Se ha producido un deterioro en las actitudes del ser humano como la capacidad de sorpresa, el disfrute, la ilusión, el trabajo bien hecho, utilizar el tiempo con cosas sencillas, valorar lo que no tiene precio, saber esperar en el amor, cuidar la educación de los hijos, respetar y agradecer la vida de nuestros mayores, cuidar la salud de todos, atender a los amigos, ayudar al que no tiene y tantas otras cosas que podríamos citar.
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